rEVISTA lA cUNA DE aMÉRICA, NÚM. 1, 1923.
Sería un trabajo de estimarse de utilidad al país y de provecho económico para quien con reconocida autoridad se diera a la tarea de escribir la preparación de Antología Dominicana, con un estudio circunstancial de nuestra literatura como preámbulo, y de sendos juicios como preliminar de cada uno de los prosadores y poetas que deban figurar en el texto.
Más de un compatriota, apercibiéndose de esa necesidad, ha intentado la realización de esa obra, que no ha pasado de ser un ensayo en ese sentido, porque han sido meras recopilaciones de composiciones tomadas al azar, violentamente, sin método ni plan, figurando en esos volúmenes, como es natural, autores que no “no lo son”, omitiéndose, en cambio, expresa o inadvertidamente, a muchos que “lo son” y que no se estiman como tales.
Todos los países latino-americanos cuentan con una o más Antologías escritas en diferentes épocas, lanzadas al calor de encontradas y divergentes opiniones, capaces, empero, de integrar, reunidas, un estudio completo del grado cultural de cada uno de esos territorios, de su evolución, de la naturaleza de su espíritu, del mayor o menor alcance de su inspiración, etc. Media docena de esos textos, en cuanto a la forma, podrían servir de excelentes modelos para nuestra verdadera Antología, obra en que se retratan el alma, los sentimientos y el carácter de cada pueblo.
Abundan en nuestra literatura bellas y preciosas joyas de buen arte, páginas de intachable corrección, poesías de notables méritos, y más de un crítico capaz de seleccionarlas admirablemente para formar con ellas un tomo voluminoso que propuesto a cualquier librería editora española, es artículo de buena aceptación; pero para ello es preciso que el libro vaya amparado por el sello de la autoridad que lo dió a luz, revelando en sus originales la dedicación y el estudio que requirió el trabajo.
Pedro Henríquez Ureña, nuestro compatriota, elemento joven, investigador y estudioso, acercándose una vez más al país, sería la pluma ideal para esta tarea. Actualmente, desde lejos, considero que su obra no resultaría completa. Necesariamente tendría que tocar de nuevo el corazón de su patria, connaturalizarse nuevamente con su psicología, pues sumergido como se halla en la literatura mundial, le sería hoy más fácil escribir la Antología Universal que la de su propia tierra.
Ojalá que entre nuestros intelectuales, movidos por las consideraciones apuntadas, despertara entusiasta la idea de dotar al país de una Antología que mereciera con propiedad ese calificativo, sumando a su utilidad, la amenidad que son capaces de imprimirle las producciones escogidas de nuestros prosadores y poetas consagrados como tales por la opinión imparcial y consciente.
La Cuna de América, 1923, núm. 1. abril de 1923.