INTRODUCCIÓN
La poesía dominicana de la segunda
mitad del siglo XX empezó a gestarse a partir de la muerte de Trujillo,
o por lo menos en el período inmediatamente posterior, pero debe su
impulso vital a la revolución de l965. De muchas maneras, la emergente
cosecha de autores fue un producto
directo, potencial y anímicamente resultante
de la conflagración de abril. En la práctica, la actividad
literaria estuvo durante mucho tiempo influenciada, y casi determinada,
por el magno acontecimiento bélico, aun cuando su temática no fuera
necesariamente belicista. El fenómeno está enmarcado y circunstanciado,
en efecto, por el modelo de dominación imperial, oligárquico y balaguerista
impuesto a partir de la muerte de Trujillo. Es decir, desde la época
de la gran ilusión de cambios y transformaciones revolucionarias al
epicentro de terror neotrujillista encabezado por Balaguer. Desde
la afirmación del balaguerismo en el momento de auge del desarrollismo
hasta la crisis del desarrollismo, el auge del monetarismo y el reflujo
de masas provocado por los desgobiernos del PRD. Desde la crisis del
monetarismo y el retorno de
Balaguer en olor de santidad, hasta la perspectiva de la abolición
de la patria por vía de la penetración, el abandono, la transculturación,
la enajenación del patrimonio material y moral del pueblo dominicano.
En fin, desde la segunda intervención armada norteamericana hasta
el proceso de recolonización auspiciado, paradójicamente -¡a fin de
siglo¡- por el flamante Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Dentro de ese marco se han registrado
hasta la década del 90 varias tendencias literarias, cuando no pretendidas escuelas o movimientos, en algunos
casos con aspiraciones de vanguardia. Hay por lo menos tres corrientes
poéticas cuyos respectivos cursos pueden ser deducidos en su relativa
especificidad. En primer lugar, el nuevo realismo de los pioneros
del 65 y su vertiente degradada: la poesía sobre la pólvora (a lo
que se suman epígonos y medalaganarios). En segundo lugar, la oleada
experimentalista de los 70, en la que se inscribe el pluralismo como
catalizador, y finalmente la poesía de los 80, poesía de la crisis,
erótica y nihilista a veces, la poesía de la hora veinticinco, la
llamada poesía posmoderna, con tendencia al abstraccionismo y al misticismo
en algunos casos recientes.
Desde luego, ninguna de estas
poéticas existe en estado químicamente puro y tampoco representan
toda la diversidad de la época. Además, debe tenerse en cuenta el
aporte de los miembros de las viejas generaciones. La gente del 48,
por ejemplo, da lo mejor de sí en esta etapa, junto a varios independientes
y sorprendidos. De ellos se alimenta el río que no cesa, conjunto
de poéticas misceláneas que atraviesa las fronteras del tiempo, desde
la noche larga del trujillato hasta el posible finis patria.
El estudio de estas poéticas
o ideologías estéticas y su presentación en un cuadro unitario, que
permita seguir y observar nítidamente las líneas de desarrollo, facilitará
la entera reconstrucción de lo que Walter Binni llama “experiencia
poética total”: La experiencia poética de autores “grandes”, “medianos”
y “pequeños” en su auténtica relación con la historia, “relaciones
y nexos entre la subjetividad creadora y el entorno social”. No una
simple historia de contenidos y formas estilísticas, ni simple serie
de personalidades y de obras brillantes, “sino historia de relaciones
y de nexos dentro de la cual se desenvuelven personalidades y obras
en las que la varia tensión de una época se transforma, cuando
se transforma, en valor artístico” . La poesía -dice Binni- “no es una flor
que adorna y conforta la prosaica casa de los hombres, sino una voz
profunda de sus problemas totales”. 2
Para decirlo de otra manera,
el destino de la literatura corre parejo con el sentido de la historia.
Y así, durante las últimas cuatro décadas de esta etapa entrañable
y sombría, hemos asistido a un proceso de apropiación literaria de
la realidad. En la poesía de este período quedó el registro de una
época. Viva quedó la memoria de un breve renacimiento espiritual,
el boom de la esperanza. Viva quedó la memoria de un viento
frío que es expresión de derrota y de una victoria secreta. Viva quedó
la memoria de la incertidumbre, del ocaso de la rebeldía, del advenimiento
de la crisis que acompañó a la caída del socialismo y el supuesto
fin de la historia. El vasto proyecto de apropiación se manifiesta
desde luego en diversas formas de percepción e intuición poéticas,
y se extiende, específicamente, desde ese viento frío de René
del Risco y Bermúdez –poeta, narrador y paradigma- hasta “este tiempo
‘cool’ de incertidumbres y pérdidas de las utopías colectivas.”